En la ciudad se encuentran marcadas las rutas que se deben seguir para continuar con la rutina y en pocos momentos, un cambio: – de la casa a la tienda, al centro comercial, al parque y de ahí́, el regreso a casa; -otros días el taller, dedicado al trabajo; -salir solo cuando es necesario; en suma, dejamos que nuestra práctica se reduzca a unos contados recorridos. En esta zona de la periferia Bogotana, Usme “tu nido”, la vista cambia. Los edificios ya no son los que dominan el paisaje, se logra percibir una atmósfera menos cargada de humo, polución, gente, asfalto y el constante ruido; por el contrario, un ambiente donde el aire es más ligero.

Es así como en este sitio es posible encontrarse con espacios en los cuales la vegetación se reproduce de manera espontánea, ella misma se ordena sin tareas o funciones. Allí́, en estos lugares, se es posible escuchar el agua pasar, al igual que la variedad de aves que cantan allí́ afuera, en ese terreno que no se cultiva ni se labra, en ese lugar en el cual realmente no sabemos qué es lo que crece, pero podemos encontrar las maravillas de la naturaleza y de pronto, una unción con nosotros mismos.

Al tener un contacto constante con este espacio, en el que las montañas y el rio se convierten en una constante compañía, me encuentro con una nueva rutina, en la que mi tiempo ya no está dirigido a un objetivo inmediato, a una tarea necesaria para cumplir; en la que lo importante es estar en el territorio en ese momento, permitiendo que aparezcan nuevas cosas, emociones y experiencias que reinterpreto a través de la pintura. En donde aparecen refugios en los que la naturaleza se desarrolla, y donde espero que quien observe mi trabajo encuentre ese asombro y emoción que experimentó en los recorridos y en el mismo trabajo.